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"Ahora miro hacia atrás y es difícil entenderme, pero recuerdo estar segura de que no iba a poder salir nunca".


  

 

Erica, argentina, tenía 21 años cuando empezó su primera relación con otra mujer siete años mayor que ella.


Poco a poco se vio atrapada en una espiral de aislamiento y control asfixiante.


"Me llamaba constantemente, también en horas de oficina. Si le decía que no podía hablar me llamaba al teléfono del trabajo", le explica Erica a BBC Mundo.


Luego empezó la violencia física, con golpes en la cabeza, marcas en los brazos e incluso, un día, quien era su novia le fracturó la nariz de una patada.


"Al día siguiente le dije a mi madre que me había caído", relata la mujer que ahora tiene 34 años.


La historia de Erica es similar a la de otras mujeres que han sufrido violencia, pero es distinta en algo: el perpetrador no era un hombre, sino una mujer igual que ella.


Y su caso no es aislado. Los colectivos LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales) aseguran que, de hecho, la violencia entre personas del mismo sexo es más frecuente de lo que se cree.


Y denuncian que, a pesar de ello, no se le presta la atención necesaria.


"Es una violencia invisible y un tabú", le asegura a BBC Mundo Paco Ramírez, presidente de la confederación LGBT Colegas, con base en España.


Aunque ni los golpes, ni las repetidas humillaciones, ni las amenazas o el control enfermizo son fenómenos exclusivos de las relaciones heterosexuales, la violencia entre personas del mismo sexo se ha estudiado mucho menos.


Y es que hasta hace poco, en muchos países estos tipos de uniones no tenían ni siquiera reconocimiento legal.


En América Latina solo recientemente Argentina (2010), Uruguay y Brasil (2013), Colombia (2016) y algunos estados de México han aprobado el matrimonio entre parejas del mismo sexo, mientras que Ecuador y Chile reconocen las uniones civiles.


Aunque no hay estudios globales ni realizados en muchos países del mundo, los que se han hecho (centrados en su mayoría en países anglosajones) indican que el problema existe y podría estar en niveles similares que la violencia en parejas heterosexuales.


Por ejemplo, una revisión de estudios publicada en 2014 por la Escuela Feinberg de Medicina de la Universidad Northwestern (Chicago), concluyó que entre el 25% y el 75% de las lesbianas, gays y transexuales han sido víctimas de violencia en la pareja.


Y en una encuesta entre más de 16.000 personas dirigida por el Centro de Prevención y Control de Enfermedades de Estados Unidos, las mujeres lesbianas y los hombres gays reportaron haber sufrido niveles de violencia íntima (física, sexual o psicológica) por parte de una pareja o expareja iguales o mayores que las personas heterosexuales.


Aunque el estudio no entró a determinar si la violencia es mayor en parejas homosexuales que en el resto (los datos no indican el sexo del perpetrador y pueden referirse a momentos anteriores a que las personas se autoidentificaran como lesbianas o gays), los resultados confirman lo que para las comunidades LGBT es un hecho.


No solo las mujeres heterosexuales son víctimas de violencia en la pareja, no es cierto que los hombres nunca sean víctimas y tampoco que las mujeres no puedan ser perpetradoras.



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MEl escritor Philippe Ariño explica en el Arzobispado de Barcelona su “camino"a


  

 

El escritor Philippe Ariño, 36 años, homosexual y célibe, defendió ayer las virtudes de su “camino”. Su conferencia, auspiciada por el Arzobispado de Barcelona, provocó el rechazo del colectivo gay, que protestó frente a la parroquia de Santa Anna y también dentro, gracias a cuatro infiltrados que cantaban más que un policía de paisano en una manifestación okupa. Ariño pudo hablar con tranquilidad frente a 200 jovencísimos católicos —“hemos duplicado el aforo habitual”, se felicitó un portavoz— que le recibieron con aplausos y gritaron “¡libertad, libertad!” cuando los infiltrados abandonaron la parroquia. El periodista no pronunció un “discurso del odio” contra los gays —como habían temido algunos colectivos—, sino que explicó su vida, teñida de reflexiones con pretensión filosófica sobre el hecho de ser homosexual.


Entre sus amigos descubrió “historias muy graves”, que luego plasmó en el libro Homosexualidad contracorriente. Violaciones, robos. Incluso crímenes. “Hay una gran violencia dentro de la comunidad homosexual, que no viene del exterior”, afirmó. Por si fuera poco, esa violencia se cubre con una omertà a la siciliana: “Hay una ley del silencio muy potente”.


Sufrió bullying en el instituto, aunque no guarda rencor a sus compañeros. Y dice que la Iglesia le salvó. “Fue mi refugio, mis primeros amigos”. Luego ya vino la larga salida del armario. Y la decepción posterior.

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