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Investigan abusos en albergue de Oaxaca

Artistas e intelectuales desconfían del manejo de recursos y retiran el apoyo a Hijos de la Luna.


  

La Procuraduría de Justicia de Oaxaca inició cuatro averiguaciones previas por diversos delitos cometidos contra menores en igual número de albergues infantiles en el estado.

Un par de esos expedientes ya fueron consignados ante un juez y dos se encuentran en proceso de investigación, los cuales corresponden a la Casa Hogar Hijos de la Luna, que maneja María del Socorro Ramírez González desde hace 13 años, reveló en entrevista con MILENIO el procurador del estado, Joaquín Carrillo Ruiz.

No dio detalles de los delitos ni las personas involucradas en la indagatoria, por “la secrecía del caso”, toda vez que dichas averiguaciones previas en torno al albergue que dirige Ramírez González se encuentran abiertas y la investigación está en curso.

Hijos de la Luna es uno de los 22 albergues que operan en territorio oaxaqueño, los cuales dan vivienda, alimento y vestido a un total 760 niños.

Pero el manejo de la mayoría de estos lugares, que está en manos de particulares, es discrecional, y en general se desconocen las condiciones en que viven los menores y cómo se administran dichos centros.

Para muchos, este es el caso de Hijos de la Luna, que se ubica en la colonia Guadalupe Victoria, una de las más marginadas de Oaxaca y en la que viven 42 niños de uno a 14 años de edad, en su gran mayoría hijos de prostitutas.

Y tras los antecedentes del albergue La Gran Familia, en Zamora, Michoacán, que dirigía Rosa Verduzco, Mamá Rosa, que fue intervenido por la PGR por denuncias de abusos, maltrato y secuestro, surgieron voces de alerta para evitar que en Oaxaca ocurra lo mismo.

A SIMPLE VISTA TODO OPERA NORMALMENTE

La directora María del Socorro mostró a MILENIO el inmueble. Al frente se ve una construcción de dos pisos que abajo sirve de bodega, muy desordenada por cierto, y arriba es la habitación de niñas, con mejor imagen, cinco literas y un colchón grande en el suelo.

Por un portón se accede a un enorme terreno donde la cocina tiene alimentos en el piso y nada frescos, además de un “salón de usos múltiples”, con tablones, y un dormitorio con seis literas.

Al fondo se ven por lo menos dos casas con carros estacionados. Es donde habita Doña Coco (así se le conoce) sus hijos y su esposo, que comparten con ella el manejo del albergue.

Del lado izquierdo del terreno se observa una lona. Es el comedor. Ahí, una veintena de niños, de entre uno y cuatro años, permanecen disciplinados y silenciosos. Consumen sus alimentos.

No hablan, no sonríen, solo cuando ven las cámaras que los enfocan. La ropa que visten refleja claramente la miseria de la que provienen y es poco, casi nada, paliada en este lugar.

El resto de los menores —explica Doña Coco— está en la escuela. Reconoce que la capacidad del albergue está rebasada, pero garantiza que los que ahí habitan no están abandonados y sus mamás tienen que visitarlos, por lo menos, dos o tres veces al mes.

Quienes, por necesidad, ahí habitan, pese a las limitaciones, están bien cuidados, protegidos… No hay malos tratos, violencia y nada que perjudique el bienestar de los menores.

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