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La lección que debemos aprender de la derrota de Irlanda - ConParticipación 410 Gone

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La lección que debemos aprender de la derrota de Irlanda

La enseñanza es clara: si no se quieren los «matrimonios» y las adopciones hay que parar las uniones civiles. Después es muy tarde.


  

 

La derrota del matrimonio, que fue equiparado entre personas del mismo sexo en Irlanda, ampliamente prevista, constituye una lección para quien defiende a la familia en otros países, y tiene que impulsar tanto a las organizaciones pro familia como a las comunidades religiosas contrarias al así llamado «matrimonio» homosexual a reflexionar sobre los errores que no se deben cometer. Al mismo tiempo – considerando que nadie se atreve a decirlo – es necesario explicar que en Irlanda un acto gravemente incorrecto ha manipulado sustancialmente la consulta.


El gobierno irlandés – y los dos principales partidos políticos del país – eran tan favorables al «matrimonio» homosexual hasta expulsar de las propias filas a los contrarios. Por lo tanto encontraron un método muy simple para garantizar la victoria en el referéndum: con la fuerza de los números en el parlamento introdujeron la adopción homosexual antes del referéndum. En tiempo record el gobierno introdujo en enero de 2015 una ley que permitía a las parejas homosexuales – casadas o no, da lo mismo, y en esa época el «matrimonio» todavía no existía – el derecho pleno a cualquier tipo de adopción, fue aprobada en la Cámara en febrero y en el Senado en marzo. Se transformó en ley el 6 de abril de 2015. Así se desmontaba el principal argumento de la campaña contra el «sí» al «matrimonio» homosexual: «quieren votar "no" porque son contrarios a las adopciones? Pero si las adopciones ya están permitidas, y lo seguirán siendo con cualquier resultado del referéndum». Para que no les faltara nada el gobierno había anunciado también una ley para «regular» el arriendo de útero, precisando que también esta ley no sería influenciada por el resultado del referéndum.


Y por lo tanto así fue manipulado – no se me ocurre otra palabra – el referéndum. Sobre un tema que dividía tan profundamente a los irlandeses, el gobierno había anunciado una cosa nueva respecto al resto del mundo: sería el pueblo quien decidiría con el referéndum. Una gran cosa. Solo que el corazón del referéndum – desde el punto de vista sociológico y político, no obviamente del jurídico y cultural, porque la doctrina social de la Iglesia y el sentido común condenan el «matrimonio» homosexual y las adopciones – eran las adopciones. Cuando la idea del referéndum fue propuesta, «matrimonio» y adopciones formaban un conjunto políticamente indisoluble. Con la ley del 6 de abril 2015, la materia de las adopciones fue quitada de la voluntad de los ciudadanos y decidida antes del referéndum y por ley. Si esto no es vaciar el referéndum de su sustancia, me pregunta qué cosa lo sea.


De hecho, ¿qué les quedaba para decidir a los irlandeses? Solo si las uniones civiles entre personas del mismo sexo, introducidas en Irlanda en el 2010, debían llamarse «matrimonios» o no. Las uniones civiles irlandeses como aquellas que existían en Inglaterra antes que cambiaran de nombre a «matrimonio» en el 2013 y como aquellas que quiere introducir en Italia el diseño de ley Cirinà eran en todo igual al matrimonio, menos en las adopciones. Introducida la adopción por ley, las uniones civiles en Irlanda eran totalmente idénticas al matrimonio en todo, menos en el nombre. Es cierto, los que apoyaban el «no» al referéndum perdieron la voz de tanto repetir que los nombres son importantes. Pero una cosa es votar sobre la sustancia de las cosas, y otra sobre el nombre. El referéndum irlandés del 22 de mayo dejaba a los ciudadanos la posibilidad de decidir solo sobre el nombre. No sobre el resto.


Ahora los activistas LGBT exultan por el resultado irlandés. Pero es una batalla que ya habían ganado en el 2010 cuando introdujeron en Irlanda las uniones civiles en todo iguales al matrimonio, menos en las adopciones, introducidas forzadamente antes del referéndum. La enseñanza es clara: si no se quieren los «matrimonios» y las adopciones hay que parar las uniones civiles. Después es muy tarde. En Italia el diseño de ley Cirinà hay que pararlo ahora. Posponer la batalla a cuando cambien el nombre de las uniones civiles en matrimonio significa perderla. Por esto combaten los movimientos pro familia, y por esto vigilan los «Sentinelle in Piedi».

 

 

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